martes, 10 de mayo de 2016

LA PALABRA DIVINA Y LOS LIBROS DE SABIDURÍA


Jaime Hales

Material del Curso de ALTA MAGIA


Partimos de la base de la existencia de una divinidad, a la que definimos como un todo. La divinidad es todo cuanto existe y está fuera del tiempo y del espacio. Aceptamos la divinidad como una energía consciente, creadora, generadora de vida desde la nada y luego desde lo que ella misma ha creado. Hasta ahí podemos tender a estar de acuerdo muchos, pero la pregunta que surge es si acaso esta divinidad, luego de crear, sigue interesada en lo que ha creado. Particularmente importa esto respecto del ser humano, cuya génesis y existencia desafía las probabilidades de que hubiera surgido espontáneamente. La consiguiente teoría de la evolución nos dice que hubo un proceso evolutivo para el desarrollo de ser humano, desde el homínido primitivo hasta el ser civilizado. Esa teoría parece ser muy razonable, pues considera que la aparición del humano es el resultado de la evolución de los primates, que ciertamente se le parecen en ciertas materias. Sin embargo el estudio detallado de las especies vivas semovientes nos puede llevar a la constatación de altísimas similitudes genéticas y biológicas de otros seres con el humano, como por ejemplo, ciertas variedades de gusano, de cerdo y de insectos. La falta del “eslabón perdido” y la existencia continua de los primates más avanzados sin nuevos cambios introduce más dudas respecto de que la evolución sea la única explicación de la aparición de los seres humanos en el planeta. Más aún, si bien existe la posibilidad de que los seres humanos hayan alcanzado el desarrollo actual en un proceso crecientemente acelerado en los últimos 50 mil años, luego de más de dos millones de años sin movilidad ni cambio notorio, la probabilidad es baja. Desde la “Lucy africana”, hace dos millones de años, hasta la aparición de homo erectus nada cambia, pero al poco tiempo empiezan los cambios y surgen en hombre de Neanderthal y el hombre de Cromagnon, el homo habilis y finalmente el homo sapiens. Y cada vez transcurre menos tiempo entre uno y otro proceso y desde hace ya 11 mil años el conocimiento se acelera hasta el punto que podemos llegar a hablar del homo sapiens-sapiens, el decir el hombre que sabe que sabe y que en los tiempos modernos multiplica el volumen del conocimiento disponible en períodos de 6 o 7 años. Es decir, en una vida humana se duplica más de 10 veces.

Me siento convencido de que eso no es posible en un acto espontáneo, sino que se explica
por la intervención de una fuerza externa al propio ser humano que modifica la especie. Esta intervención se mueve en dos direcciones: un proceso civilizatorio y un proceso de desarrollo espiritual. Es el nexo entre la trascendencia y la realidad concreta, siendo el elemento central el sujeto humano que une en sí ambas vertientes. Es lo que nosotros simplificamos diciendo “cuerpo y alma”. Entonces, me hago la siguiente composición de lugar: cuando el creador decide la existencia del humano, es decir, un animal con más inteligencia y habilidades, con mayor conciencia de sí mismo y de la trascendencia y sobre todo – como bendición y tragedia – de libertad, interviene produciendo cambios que van desde la biología a la conciencia espiritual. Tal intervención la hace la divinidad pues le interesa el destino de su propia obra.[1]

¿Cómo hace tal intervención? ¿Cómo se comunica la divinidad?
La primera pregunta se responde simplemente: de todas las formas posibles, incluso aquellas que hoy ni siquiera estamos en posición de imaginar o suponer.
Respecto de la segunda, ya dije que la divinidad va en busca de un doble objetivo para los seres humanos: el proceso civilizatorio y la convocatoria a la trascendencia. Al revisar la trayectoria humana sobre el planeta mediante las disciplinas conocidas - como la historia, la arqueología, la antropología, la biología y sus derivados, la geografía, entre otras – vamos a observar que se repiten ciertas formas que podemos considerar apropiadas para el proceso de civilización y la conexión con la trascendencia: la presencia de mensajeros que se nos presentan como avatares, profetas, canalizadores y escritores de “libros sagrados”.

1.- Los avatares: esta expresión proviene de la religión hindú, fuente de muchas de las menciones en el moderno pensamiento holístico y parte de las tradiciones espirituales. Se refiere a la encarnación de una “deidad”, es decir, una figura divina que toma forma humana. Esta expresión considera el carácter sobrenatural del encarnado y de la encarnación en sí
misma, ya que se trata de una “parte” de ese Dios total, de esa divinidad que lo incluye todo. Es una figura divina, menor que la divinidad toda. Es un emisario o una expresión específica de esa divinidad que se hace presente en el mundo físico y social. Respetados por muchos hombres y mujeres de todo el mundo, revisten a veces un carácter divino para los seguidores de las religiones específicas que los ponen en el más alto nivel, como sucede en el hinduismo
y en la mayor parte de las vertientes cristianas. Rama, Krisna, Buda, Jesucristo, Pitágoras, Moisés, Viracocha, Zoroastro, Quetzalcóatl, Abraham, Yahvé, Mitra, Mahoma (que jamás pretendió ser encarnación divina). Y debiéramos mencionar como avatares a las principales figuras del panteón griego, egipcio, sumerio. Ellos vienen al mundo humano o irrumpen en él cuando las condiciones de vida así lo exigen. El sagrado libro Bhagavad-gītā pone en boca de Krisna, encarnación de Vishnú, la siguientes palabras: “Siempre que la rectitud decae y aumenta la injusticia, yo me manifiesto; y para la protección de los virtuosos, la destrucción de los viciosos y el restablecimiento de la rectitud, yo encarno de era en era”(capítulo IV, versos 7-8).

2.- Los profetas: El profeta es un intérprete de la palabra de Dios, que por su gracia y disposición, entrega mensajes al pueblo, anunciando y denunciando, advirtiendo, anticipando. El profeta es una persona concreta que recibe mensajes de la divinidad para ser entregados. Durante los dos milenios anteriores a Cristo, en el mundo semítico  se desarrolló
un verdadero oficio de profeta en las distintas religiones. Ellos, por sus quehaceres más habituales, estaban a medio camino entre el sacerdocio y el chamanismo. Los profetas judíos de los que da cuenta la Biblia se distinguen claramente de los sacerdotes e incluso muchas veces parecen ser sus enemigos, por cuanto denuncian las iniquidades de los gobernantes y las clases superiores, entre los que ellos se contaban. El profeta es de lenguaje duro en la denuncia y en la advertencia, pero suave en el anuncio. Y junto con hablar a las “Vacas de Bazán” denunciando su corrupción y la explotación que hacen del pueblo, anuncia la tierra de la que manan leche y miel. La función profética, de cierto modo, es parte de la propia naturaleza humana, ya que cualquiera de nosotros puede ser elegido por la divinidad para ser portador de sus mensajes. En el ámbito privado, muchas veces lo hacemos, incluso sin tener conciencia de ello. En la medida que avanzamos en el conocimiento de nosotros mismos e incrementamos nuestra conciencia, podremos servir con modestia y autoridad en la función profética en el ámbito que nos corresponda actuar.

3.- Los mensajes directos, canalizaciones o revelaciones:
Sin que lo esperemos y probablemente tampoco lo merezcamos la divinidad nos usa de mensajeros para otros. Sin saberlo, llega hasta nosotros una palabra que debe ser dicha a alguien. Y lo hacemos, servimos de canal o de mensajeros para una persona que lo está necesitando. Otras personas reciben de pronto mensajes más evidentes o revelaciones sobre ciertas cosas, muchas veces en relación con su profesión o actividad. Y nosotros lo atribuimos a la intuición, como si ésta fuera un mérito propio y no el misterioso modo de conocer inspirado por la divinidad.

4.- Los libros de sabiduría:
La divinidad nos ha entregado “libros” en los cuales están escritas pautas sobre los procesos de civilización y conexión con la trascendencia, para que sean leídos por los humanos en la medida que los vayan necesitando. En la medida que aumentan la conciencia de sí y la de su civilización, los seres humanos están más dispuestos a acceder a esta sabiduría y son capaces de verla con mayor integridad. Lo que en un momento puede haber sido solo una guía elemental, se va convirtiendo en un libro que da señales sobre cómo actuar ante todos los dilemas que la vida propone continuamente.
Hay libros religiosos y libros no religiosos, llamados también mágicos o simplemente oráculos. En el comienzo todos los libros eran tanto religiosos como oraculares y mágicos, pues no había distancia entre el sacerdocio y la magia. A medida que las religiones se fueron sustentando en el poder, la magia fue quedando relegada a un plano secundario u oculto y sus libros fueron vistos como rivales de la religión.
Cuando tomamos un libro en función de lo religioso descubriremos que los mensajes que entrega son de carácter general para los seres humanos. Entre ellos se cuentan los vedas de la India, el ya citado Bhagavad-gītā, la Biblia en sus versiones judía y cristiana, el Talmud escrito por los sacerdotes y sabios judíos, el Corán, el Libro de Mormón. Por cierto hay muchos más. Hay otros libros de sabiduría vinculados a lo religioso, pero que son de un nivel menor, pues tienen más de elaboración intelectual que de revelación o inspiración divina, como por ejemplo el Zohar, la poesía árabe religiosa, El Tao, los evangelios apócrifos, las obras de Tomás de Aquino.


Los libros no religiosos responden preguntas formuladas por una persona y por lo tanto tienen mensajes directos para explicar (describir con sentido) aconsejar y pronosticar frente a lo que cada sujeto consulta. Son señales para recuperar la memoria del alma: saber cómo soy y qué debo hacer en la vida.



Mencionemos entre los más importantes:
·        La Astrología: el libro basado en el mapa del cielo que “ve” el recién nacido. Usa los Planetas, las Constelaciones y las Casas Astrológicas.
·        Las manos o el oráculo del cuerpo, basado en la disciplina llamada Quirología.
·        La numerología.
·        La geometría sagrada.
·        El Tarot, que es el libro que señala el camino humano: nos propone un mapa con arquetipos, tareas, desafíos, metas por alcanzar.
·        La Alquimia, que es la disciplina de los 4 elementos y pretende guiarnos hacia la armonía mediante el autoconocimiento y la combinación perfecta de los elementos de la realidad.
·        El I Ching, de la cultura china.
·        Las runas escandinavas.



[1] He renunciado a la idea que tuve de joven: entender los motivos de Dios. Sé que no puedo contestar eso mientras tenga los límites de un humano, lo que me tranquiliza y hace que me concentre en vivir más que en teorizar o especular respecto de las intenciones de otro superior a mí o rechazar su existencia simplemente por mis limitaciones comprensivas. 

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